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El reino II

La división de El reino sucedió dos años después del apagón. En el consejo de religiosos hubo una discrepancia insalvable: había quienes deseaban terminar con las incursiones en otras zonas de la ciudad y concentrar las energías en el propio territorio. Centralizar los bienes de todos y distribuirlos desde la iglesia, repartiendo por igual y llevando por delante la idea de humildad, pobreza y sencillez. El ideal del Padre Malvino, tal es su nombre, era convertir a El reino en una especie de monasterio-ciudad, que usaría sus propios recursos y cuando éstos se agotaran, los producirían ellos mismos. Si bien Malvino fue uno de los primeros que ordeno cuidar las fronteras del bloque y adueñarse de la mayor cantidad de espacio posible –sobre todo durante los caóticos primeros tres meses-, sin mostrar ninguna piedad por aquellos que no pudieran comprobar su filiación católica, poco después volvió a sus cabales y le pareció que, aunque lo que estaba hecho era irremediable, podrían ahora vivir en paz y expiar sus culpas.


El padre Lauro se 
opuso a Malvino en todas y cada una de sus proposiciones. Era evidente que Lauro era más un político que un sacerdote e impuso su idea de dominio sobre los otros bloques, de obediencia ciega y de violencia. Detrás de ambos religiosos sonaba la misma canción evangelizadora, pero la historia de los libros y de su iglesia les había contado historias distintas.

Malvino se retiró al norte, con quienes quisieron seguirlo, y Lauro cerró El Reino I en cuanto atravesó el último exiliado. El Reino II estableció su sede en San Juan de Aragón, con Malvino a la cabeza y un consejo de místicos que lo acompañan aún hoy en su proyecto religioso. Al este, El Reino II colinda con El panteón, con quienes mantiene una relación de neutralidad gracias a la posición favorable entre ambos de la gran Basílica de Guadalupe, a la que Malvino permite entrar peregrinaciones, aunque con grandes pérdidas y condiciones inhumanas para los peregrinos, pues la austeridad y el hambre han convertido a Malvino en un hombre agrio, contradictorio y cruel. Hacia el norte, El Reino colinda con Ecatepec, en el Estado de México.

En un principio esta vecindad fue problemática, pues los habitantes ajenos a la ciudad intentaron entrar, creyendo que estarían más seguros. Hubo muchas muertes y peleas terribles en esa frontera, pero en el último año Ecatepec y otras grandes zonas conurbadas se han ido vaciando y sus habitantes han buscado la supervivencia en otros lugares del país, más amables quizá, más abarcables.



Hacia el centro, El Reino II colinda con La garganta. Las luchas por ganar paso hacia el exterior de la ciudad han hecho que los grupos de La garganta se vuelvan agresivos. Además, la garganta tiene tratos comerciales con El Reino I, a quienes respetan. Pero El Reino II les parece poca pieza, el bloque más débil de todos quizá, y por eso insisten cada tanto en incursionar y causar grandes daños. La garganta ha logrado arrebatarle a El Reino II un espacio significativo de su frontera con El Reino I. Esta batalla perdida ha formado un curioso triángulo geográfico al que se algunos llaman “La señal”, pues en ese lugar algunos aparatos eléctricos que se han hecho funcionar con diversos artilugios reciben imágenes del exterior con alguna nitidez aunque siempre desfasados en el tiempo.


La frontera restante y breve entre los dos reinos son unas calles desoladas, deshabitadas, en donde se resuelven venganzas y se restablecen alianzas entre los habitantes orientales de la ciudad. Esta “Arena” se considera un espacio sagrado y ningún habitante de la ciudad puede pelear ahí, a menos que compruebe su pertenencia a los Reinos.

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