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El reino I

Antes de dividirse, El reino ocupaba toda la zona oriente de la ciudad. Esto incluía el enorme caserío de Iztapalapa, gran parte de Iztacalco y el noreste del valle. La mayor parte de la población que se mantuvo con vida, durante los primeros meses del incidente, habitaba en esta parte. Las zonas más cercanas a los límites son kilómetros tras kilómetros de una planicie abarrotada de predios invadidos, casas sin terminar, adornadas siempre del tabicón gris que le daba un aspecto de saliva seca. Los habitantes de esas colonias, a menudo sobrepobladas, se convirtieron en una muralla natural para todos los que pretendían huir de la ciudad y en esa posición fronteriza encontraron su poder y se hicieron fuertes.


El reino se caracteriza por la violencia de sus habitantes, por su falta de organización y por la poca claridad que existe en sus leyes internas, pero también por su incomparable fuerza de trabajo y los profundos vínculos con su comunidad. El nombre del bloque proviene del primer consejo de pastores que pudo poner un poco de orden y, al menos, darse cuenta de que necesitaban resguardarse de los ataques que provenían de otras zonas menos pobladas tanto para proveerse de un modo de escape como para saquear zonas con tal densidad de población. 

En un primer momento, el centro del antiguo pueblo de Iztapalapa se convirtió en la sede de un consejo de religiosos que poco a poco ganó adeptos. Habituados a inmiscuirse en la vida civil pero sin más poder que el conferido por los fieles, los sacerdotes de las iglesias de Iztapalapa, que profesan una fe católica robusta y convencida, se dieron cuenta que en ellos recaía la mayor autoridad, una vez disueltos los poderes laicos. La iglesia fue construida con el propósito de organizar un nuevo estado, afirmaron muchas veces, y en ese entendido actuaron.

Pero ese primer intento sereno de apaciguar una zona ingobernable devino en fanatismo y en una comunidad celosa de sus fronteras, desconfiada y sin más consciencia que la de las misas multitudinarias, en donde se dictaban lineamientos ambiguos que prefiguraban la idea de una anacrónica guerra santa. Se multiplicaron las visiones y los llamamientos en sueños, la gente esperaba la llegada de la noche en una especie de arrebato colectivo y en ese estado salían a saquear en los territorios vecinos. La gente pronto aprendió a reconocer a los grupos que venían de El reino, pues solían llevar estandartes con imágenes religiosas y entraban en las casas murmurando rezos, en silencio y en perfecto desorden. En ese empeño se volvieron sigilosos, casi invisibles.



El Reino I ha establecido relaciones comerciales con La garganta a través del Eje 8. Este corredor es accesible para Los Santos, La garganta y El reino I. Se considera neutral y es quizá el principal lugar de intercambio de bienes y servicios de toda la ciudad. Hay tráfico constante de materiales, personas y animales.

La relación de El Reino I con las zonas conurbadas, en el extremo oriente de la metrópoli, repite el esquema del resto de la ciudad. Primero tuvieron que defenderse de un exilio masivo de la periferia hacia el centro. Luego sólo encontraron grandes colonias abandonadas, sin recursos, laberínticas, inhabitables.



La frontera más compleja de El Reino I es hacia el oeste, con la zona a la que se la llamado La dificultad. El eje 8 la atraviesa por completo, pero la anchura de la calle se ha cerrado con láminas, cajas de tráileres y todo tipo de barreras metálicas hasta parecer un corredor. Todos los accesos laterales hacia El daño están cerrados. Nadie entra nunca en sus calles aunque todos, irremediablemente, escuchan las voces y los ruidos sordos que vienen desde allá.


El Reino I ha intentado construir un muro que lo separe definitivamente de esa zona de incertidumbre, pero el trabajo es inmenso y aún no se ha terminado. Mientras haya un paso abierto hacia allá, seguirán extraviándose niños y adultos que no conocen el terreno, que no saben distinguir cuando se encuentran de un lado y del otro.


Algunos piensan que El daño se extiende, como si fuera una mancha derramada sobre el piso, y que ese movimiento lento, que devora todo, se dirige hacia el oriente, hacia El Reino I.



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