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El panteón

 

No se sabe mucho de la gente que habita en esta parte de la ciudad. El centro de gobierno está ubicado en los panteones del extremo sur del bloque. Al parecer, ahí se agruparon algunas familias desde el inicio del apagón y se dedicaron a empalizar y rodear los jardines mortuorios con obstáculos intraspasables. Al inicio, creyeron que esta medida era necesaria, pero después se dieron cuenta de que los panteones no eran sitios concurridos. Por alguna razón, además, los habitantes de la ciudad que aún deseaban enterrar a sus muertos o, al menos, dejarlos cubiertos con una sábana cerca de un camposanto, rodearon los panteones con cuerpos sin vida. A los obstáculos que constituían la primera barrera, se le agregó el elemento de los cadáveres, apilados, deformados por el aire y el sol. Y antes que rechazar la iniciativa de los demás bloques, los miembros de El panteón han acogido como su deber esparcir la cal sobre la carne acumulada. El Panteón es la necrópolis de la nueva Ciudad de México. Con el aumento de cuerpos y el poco espacio disponible, se acondicionaron casas y jardines de todo el norponiente de la ciudad para resguardarlos.

Nadie cuida las fronteras de este bloque, que colinda con El muro y La garganta al sur y con El  reino II al oriente. La gente es libre de entrar y salir, pero nadie prefiere hacerlo a menos que sea estrictamente necesario. Suele haber en las calles pequeños pabilos consumiéndose, flores, ofrendas pobres frente a casas y edificios por igual. Quienes habitan todavía ahí llevan una vida silenciosa y hace tiempo que dejaron de incursionar a otras partes de la ciudad. Como si previeran una muerte próxima, se alimentan de lo poco que pueden sembrar en algunas secciones de las tierras sagradas y se han sumido en una clausura permanente. Aquellos quienes reniegan de esta forma de vida se han ido a otros bloques y ocurre lo mismo con quienes desean vivir en relativa paz y llegan a El panteón como quien renuncia a la vida y se entrega a la contemplación de lo que queda.


El panteón no está libre de violencia. A pesar de que no hay ninguna “Arena” en su territorio, aún habita ahí gente desesperada, que se rehúsa a abandonar la zona pero que no comparte la extraña vida de sus habitantes. En El panteón no hay grupos organizados, hasta donde puede verse, sino asesinos solitarios, discretos, que trabajan para sí mismos y que no respetan el encierro ni la atmósfera intangible de los muertos.


A quienes dejan sus cuerpos en algún edificio desocupado o alrededor de los panteones, sólo se les pide un costal de cal o un ofrecimiento de algún tipo. No todos obedecen esta regla, pero todos los cuerpos son aceptados igual.


Nadie se arriesga a caminar por El panteón en la noche.

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