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El líder de todos los santos

Según las leyes que nos dimos en "Los Santos",  hoy será el día de mi ejecución. Después  de quince años de haber una elección democrática  por mis pares  y de un gobierno tan eficiente  que me llevó a la presidencia en las diecisiete regiones del territorio y a vivir en la cabecera principal de Ciudad Universitaria; hoy termina todo.

 

     Sabía en lo que me estaba metiendo  desde el principio  y no me quejo, la cosa estaba clara, pero preferí vivir plenamente  este tiempo en vez de conformarme con pertenecer a todos los demás. Podría haber cambiado  las leyes o armar una rebelión. El pueblo me amaba, inclusive  los esclavos.  Goberné  con justicia y sabiduría. Acrecenté nuestros  bienes y mantuve  contenidas las fronteras, incluso llegué a varios acuerdos con los vecinos, algunos de ellos por lo menos.


Hasta que llegó la hora. De todos los líderes, me toca a mí morir primero,  dar el ejemplo.  Me encerraron  desde hace una semana  en la cárcel que yo mismo mandé habilitar al lado del muro. Necesitábamos de un lugar para aquellos  a los que quisiéramos  encerrar  y torturar por un tiempo, sin necesidad  de matarlos. Ya sea por su fuerza o cualquier  otra cosa que pudiera serle útil a la comunidad.  En las Brisas saben que si alguien se cuela por ahí hay que matarlo en seguida.


     El primer día se juntó un número considerable  de gente  afuera para vitorearme  y pedir que se me eximiera  del sacrificio,  después de siete días no queda nadie. EI olvido se ha acelerado  en estos tiempos de escasez. No me lo tomo a mal.


     Después de todo yo tampoco  me he distinguido por mi honestidad. Cuando sepan quién soy realmente, no les va a gustar. Nunca pensé que duraría los quince años, ni yo, ni el territorio. Es un pequeño engaño que se volvió cada vez más difícil de abrir, como una bola de nieve.


     Pensé que en cuanto entrara a mi celda todo iba a revelarse y me matarían  a palos sin mayores  contemplaciones, pero la verdad  es que a mí me tienen todas las contemplaciones  del mundo. Si no lo supiera,  diría que estoy en un hotel de cinco estrellas  y no en una cárcel. Hay más comodidades  que todo lo que había visto desde el apagón.  La comida es abundante y espectacular.


     "Se mandó  a hacer especialmente  para usted. Es el pabellón de la muerte."  Me dicen. "Después vendrán todos los demás."  Muy bien, si esto sigue así tal vez no se den cuenta hasta después de mi muerte,  que es hoy, que es en unas horas, que es inevitable.  Tal vez nunca lo sepan. Si queman mi cuerpo enseguida, las cenizas burlonas se meterán en las narices de todos los santos, sin que nunca se sepa mi secreto.


     Pero si por el contrario toman mi cadáver y lo desvisten  para la preparación de un funeral de Estado, no va a haber de otra, más que se enteren de que el primero, en tiempo y en importancia,  aquel que veneraron,  olvidaron y mataron,  no es más que una vulgar mujer.


O quién sabe, tal vez en unos minutos regrese la luz.

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